Poco a poco el cine de terror iba
modernizándose hasta acabar cristalizando un nuevo modelo narrativo
que sin duda apostaba mucho más por lo explícito que por lo
sugerido, sobretodo en cuanto a sexo y violencia. Pero eso no sería
hasta los años 70, aunque a finales de los 60, y gracias en parte a
la revolución que supuso al cine de terror Las noche de los muertos
vivientes en 1968, ya pudimos apreciar algunos ejemplos de lo que nos
preparaba dicha década. Incluso en ámbito nacional, donde empezaba
a florecer el fantaterror español, liderado por un incansable Paul
Naschy y su Waldemar Daninsky. Tampoco podemos olvidar pequeñas
producciones de serie B -o incluso Z- que se dedicaban a meter el
dedo en la llaga en cuanto a los nuevos modelos de sociedad
contemporanea, un cine de terror con una visión claramente
conservadora que defendía el modelo de familia tradicional. Y eso en
ocasiones también se ligaba con un subgénero que incluso hoy en día
aún da sus frutos: el American Gothic, esas películas en que el
terror está en el interior de EEUU, en los pueblos semi-abandonados
del interior en que habitan grupos de paletos de carácter
conservador y religioso que odian a todo lo que viene “de la
ciudad”. Cabe decir que este subgénero nace del boom que iban
cogiendo por aquellos tiempos los asesinos en serie, y con el
estandarte de La matanza de Texas como película insignia, aunque
quien sabe si por casualidad, sir. Herschell Gordon Lewis en 1964 ya
hizo un American Gothic con su espléndida 2000 maníacos. Es
precisamente este señor, junto a su compatriota Russ Meyer, que
demostrarían que La noche de los muertos vivientes, antes de ella,
ya había un cine transgresor.

Aunque las personas como yo que no
somos apasionados de películas de cuentos tipo Creepshow, o las
películas de la productora Amicus (ejemplos para ir más allá de El
más allá), también existen otras películas que cuentan algunas de
las historias kabuki que aparecen en El más allá. Me refiero
a La mujer de nieve, que se podría considerar como una dilatación
del segundo cuento del título de Kobayashi. Dirigida por Tokuzo
Tanaka en 1968, destaca por ser una película mucho más accesible
gracias a su corta duración de 78 minutos, y por explicar de un modo
más trabajado el desarrollo de la historia. Visualmente es una
delicia, con un etalonaje muy muy desaturado y unos maquillajes
realmente “de horror” que saben potenciar la puesta en escena,
así que la película funciona, aunque como es lógico sin dejar de
lado su base triste-dramática.
Otra película del género kaidan
con mucha fama sin duda sería Onibaba (1964), dirigida por el
solvente Kaneto Shindo que años atrás ya realizó otra película de
terror folklorica como es Kuroneko. En esta ocasión he de reconocer
que al igual que la anteiromente comentada Las diabólicas, no
estamos ante una película de terror, pero sí que es cierto que hay
algunos tintes fantasmagóricos que la colocan involuntariamente
entre las raíces del género kaidan. Se trata de una de las
obras maestras de la edad dorada del cine japonés, y el argumento
trata de una madre y una mujer que esperan a que sus hombres vuelvan
de la milicia a la que han partido. Mientras esperan, al ser de
origen campesino -y muy humilde-, se dedicarán a asesinar a todos
los samurais que se acerquen a la zona perdidos por la boscosidad, y
de ese modo poder robarles sus pertinencias y venderlas para así
poder alimentarse.
Estamos ante un título fundamental en
dentro del cine japonés, pero también para aquellos que aprecien el
folklore nipón, ya que podremos ver un ligero retrato de las
condiciones del Japón feudal, como se enfrentaban los campesinos
menos adinerados a las duras condiciones para sobrevivir. Y entre
todo esto se encuentran 2 mujeres, una obsesionada con la maldad, sin
miedo, decidida y sin tapujos a la hora de actuar; la otra más
emocional y débil... y así le irá. Aunque ojito con las dos,
porqué en el pozo se acumulan los huesos...

Dirigida en 1965, la película nos
cuenta como un grupo de tres gogós después de una noche de duro
trabajo deciden pisar el acelerador del coche en busca de problemas.
Por el camino encontrarán a una pareja, y que acabarán por ser
retados a una carrera, pero por desgracia la pareja sufre un
accidente y el chico muere al acto, mientras que ella será
secuestrada por las gogós. A partir de allí, diferentes situaciones
de sexo, estallidos de violencia, diálogos de risa y situaciones
incomprensibles acabarán puliendo una película “de culto” muy
muy disfrutable.

(Tura Satana a la izquierda)

Como he comentado la película tampoco
es gran cosa, aunque viendo la mayoría de adaptaciones
lovecraftianas ésta posiblemente se salvaría del crematorio. Tiene
un buen guión, pero se nota que el presupuesto es muy reducido,
obligando así a su director Vernon Sewell a no poder hacer según
que peripecias arriesgadas, una pena. Quizás gente como Roger Corman
hubiese conseguido mejores resultados, sobretodo después de ver ese
peliculón llamado El palacio de los espíritus también fruto de una adaptación de
Lovecraft, pero el resultado es el que es, una buena historia algo
aburrida y descafeinada, que más allá de los maquillajes de Barbara
Steele poco más hay a destacar.
Y ya para ir acabando esta primera
entrada de los años 60 me gustaría pisar en los orígenes del
fantástico español, pero un fantástico consolidado y no a
trompicones como lo fueron películas como La torre de los siete
jorobados (1944) o Gritos en la noche (1961), ambas excelentes
películas, sino en concreto a quien originó una producción en
cadena de películas sobretodo en los años 70. Me refiero a Paul
Naschy (Jacinto Molina) y su incansable Waldemar Daninsky, su
personaje estrella.
Quien le tenía que decir a un novato
dentro del cine que apenas trabajó de extra en alguna que otra
película además de 4 oficios técnicos que acabaría siendo el
responsable de un cambio de estilo cinematográfico en aquella España
franquista y tradicional? Sí, a Jacinto Molina se le reían a la cara
cuando se enteraba la gente que había escrito un guión sobre un
hombre lobo que peleaba contra vampiros..., sí! el Larry Talbot
español que Molina bautizaría como Waldemar Daninsky. Era un cine
que según valoraban las productoras, solo lo hacían americanos y
ingleses, y que la cinematografía española siempre se ha mantenido
al margen al insistir en lo que creían que de verdad funcionaba en
España: comedias, comedias, y más comedias, las de Paco
Martínez Soria por ejemplo, o algún que otro Spaghetty western.
Hasta que un día, el director Enrique López Eguiluz junto con una
productora española y otra alemana se embarcaron en el exótico
proyecto del hombre lobo. La marca del hombre lobo (1968) inició la
continuidad en el género de terror español gracias también a otros
directores que aparecían y desaparecían del género, pero solo Paul
Naschy (Jacinto Molina) dedicó su carrera exclusivamente al género hasta ganarse hoy
en día la admiración de un público mundial (excepto en España...
y así nos van las cosas en todo), desde Japón hasta Estados Unidos,
pasando por el reconocimiento de Quentin Tarantino.
El fantástico español de finales de
los 60 y los 70, significó para los espectadores de aquella España
tradicionalista una vía de escape divertida, pero también un soplo
de aire fresco a un cine excesivamente repetitivo. Los jóvenes de
aquella época encontraban en aquellas historias misterio,
sexualidad, violencia, elementos nuevos y revolucionarios
culturalmente que dejaban entrever que alguna cosa estaba cambiando
al país. Y entre esos elementos se encontraba el destape, una mujer
mucho más liberal, malvada, de las que el hombre no puede controlar
y lucha contra ella. Y ellas fueron una tónica constante en la
filmografía de Naschy, habitualmente como vampiras. También lo
fueron para el inepto de Jesús Franco, pero tal como he adjetivado
me abstendré de nombrarle ninguna película más allá de la
mencionada joya Gritos en la noche. De entre las 12 películas que
componen el ciclo de Waldemar Daninsky a lo largo de casi 4 décadas,
y debido a que su connectividad entre ellas es muy escasa, me iré
directamente a la película con mayor impacto mundial y con unas
vampiras realmente malas y sensuales a partes iguales. Me refiero a
La noche de Walpuguis, dirigida en 1970 por uno de los grandes de la
cinematografía terrorífica española: León Klimowsky. Fue una
película que traspasó fronteras, arrasó en taquilla y en general
se ha convertido desde hace años en un título de culto. Incluso en
USA se comercializaron cromos de la peli!
La película nos cuenta como unos
forenses retiran una bala de plata del cuerpo de un cadáver del
depósito, y al hacerlo, éste revivirá y les matará. Se trata de
Waldemar Daninsky, el hombre lobo atormentado. Por otro lado, dos
chicas universitarias que investigan cosas paranormales y magia
negra, creen haber encontrado la tumba de la condesa Wandesa Darvula
de Nadasdy, una adoradora del Diablo. En su viaje a Francia en busca
de la tumba, las chicas se perderán en el bosque, pero por suerte -o
mala suerte mejor dicho- para ellas, Waldemar Daninsky las encontrará
y les ofrecerá que se hospeden en su casa. A la mañana siguiente
las chicas encontrarán la tumba de la condesa y que posteriormente
acabarán por que ésta vuelva a la vida, y de ese modo empezará una
batalla entre el hombre lobo y la vampira condesa.

Una película imprescindible dentro del
cine de terror, que pese a no ser perfecta a nivel técnico (ni de
lejos!), como mínimo entretiene y ayuda a entender un poco mejor el
origen de nuestra cinematografía de terror incluso en terrenos
sociológicos.
DEP Patty Shepards.
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