Ni la situación de pobreza generalizada ni las distintas dictaduras que afectaron Ghana entre los años sesenta y ochenta, impidieron que el cine pudiera verse en el país africano. Claro que, todo de un modo muy casero y completamente clandestino, y también con mucha originalidad
Durante
los años 80 y 90, cuando el mercado doméstico de películas se
popularizaba en oriente y occidente gracias al VHS y a los
videoclubs, en los países pobres de África la tendencia tardó algo
más en implantarse. Concretamente en Ghana, en los años 80, eran
una minoría residual los que podían permitirse comprar un televisor y un reproductor de películas VHS, pero esto no fue un
impedimento para que la sociedad ghanesa pudiera disfrutar del home
video.
Su
situación de pobreza generalizada popularizó entre los más bienestantes del país una pequeña industria
de exhibición y distribución de películas, todo completamente al
margen de las productoras de cine internacional. La idea era que
algunos “empresarios” invertían en un televisor y un
reproductor de vídeo, además de importar películas de otros países
como India, China o Nigeria, y que junto a sus furgonetas conseguían crear una especie
de cines ambulantes que se paseaban por el
país exhibiendo sus películas. Muchas de aquellas obras eran de
género de terror y de acción, los géneros que parecían tener más
interés por parte del público ghanés.
Claro
que, para que el público se interesara por las películas, había
que promocionarlas primero. El problema es que Ghana es un país que
sufrió distintas dictaduras entre los años sesenta y ochenta que
acabaron por implantar unas leyes muy restrictivas con la importación
de prensa extranjera, incluyendo también pósters y materiales que
podían servir para promocionar películas. La solución fue que los
propios ghaneses tuvieron que crear sus propios pósters de las
películas, todos hechos a mano, una práctica que duró hasta
mediados de los 90.
Los
artistas encargados de crear los pósters de las películas eran
artistas que se dedicaban a crear carteles publicitarios para
pequeños negocios, como barberías o cualquier otro comercio local.
Esto les dio mucho más trabajo, y sobretodo una libertad creativa en
cuanto a sexo y violencia completamente desbocada, tal como hoy se
puede apreciar en los carteles que dejaron como legado. Y es que, en
ocasiones, esos artistas simplemente copiaban a su manera los
carteles originales, pero en otras ocasiones intentaban reflejar su
interpretación de cada película. Todo esto con el objetivo de vender
entradas, por lo que, si el distribuidor les decía que la película
era muy sangrienta, pues el cartel tenía que ser muy sangriento, y
lo mismo en cuanto al sexo.
Hoy
en día aquellos carteles están muy buscados por coleccionistas,
llegándose a pagar por cada uno de ellos auténticas fortunas, como
unos 15.000$ por cuadro. Este nuevo mercado ha motivado a nuevos
artistas locales a seguir dibujando pósters de películas.
A
continuación os mostramos algunos ejemplos de pósteres ghaneses de
películas de terror. La verdad es que no tienen desperdicio:
Fuentes: Yorokobu, Boredpanda
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